El Camino Inverso / Il Cammino Inverso – Jornada 15ª / Giornata 15ma: Boadilla del Camino – Carrión de los Condes

Km: 24,1 – km totales: 370,5 – ampollas / vesciche: 0 – totales: 1

Perfil de etapa / Profilo della tappa. Guía Consumer Eroski
Resumen de la etapa / Riassunto della tappa.
Vídeo de la jornada realizado por el escudero / Video della giornata realizzato dallo scudiero.

[ESPAÑOL]

Ingeniería, templos y rosquillas

Creo que después del «desencuentro» inicial, el escudero aprecia la simpatía del recepcionista / hospitalero con rastas recogidas y ocultas. Se esfuerza no solo por hacer su trabajo, sino que parece que lo hace con cierta dedicación. Creo que le gusta que el cliente se quede satisfecho. Además, no tengo la percepción de que haga muchos distingos entre los clientes del hotel (ellos) y los del albergue (nosotros). A todos nos trata por igual. Habla varios idiomas con un nivel suficiente como para comunicar lo imprescindible y hacer algunas bromas con sonrisa final para las dos partes. Es servicial y da toda la información necesaria para que la estancia sea lo más agradable posible.

Por ejemplo, cuando le preguntamos por la noche a partir de qué hora se puede desayunar, nos dice que él abre todos los días a las 6:00, de modo que, para no tener que esperar a tomar algo hasta llegar a Frómista, después de levantarnos, prepararnos y cumplir con el ritual diario de puesta a punto antes de salir, a eso de las 5:50 estamos clavados delante del hotel esperando que llegue el momento en que abra la cafetería. Todo está oscuro. Los minutos pasan y no hay indicios de actividad de ningún tipo. Empezamos a pensar que no es muy puntual o que se le han pegado las sábanas. A las 5:58 decidimos irnos para no perder más tiempo, pero antes de que nos alejemos del establecimiento surge de la nada el recepcionista-hospitalero-camarero-chicoparatodo, montado en esa bici minúscula a la que hice una foto el día anterior en la plaza, y se introduce en el hotel con la velocidad del rayo. Es curiosa y simpática la imagen de ese barbudo robusto y con rastas, montado en una bici de niño con unas ruedas que bien podrían ser las de un triciclo. Nos ha salvado la mañana. Nos metemos en el hall del hotel, nos sentamos en una de las mesas y esperamos.

Los clientes del hotel tienen todos el desayuno incluido y él va de mesa en mesa con una especie de tetera gigante en cada mano, una llena de café y la otra de leche, acudiendo a la llamada de cada uno de los madrugadores ávidos de calor para el estómago y energía para las piernas. También les reparte a todos dos rebanadas de pan tostado que cada cual puede tunear a su gusto. Atiende a todos con gran destreza y velocidad y, cuando empieza a escasear el contenido de las teteras, desaparece otra vez como alma que lleva el diablo para volver a la cocina y regresar a la sala del desayuno, preparado para satisfacer a todo el mundo de nuevo.

Canal de Castilla

El día, a pesar del desconcierto inicial, no ha empezado mal, pues hemos disfrutado de un desayuno más que decente. Además, antes de dejar el albergue, cuando salí al jardín para ponerme las botas (todo el calzado había que dejarlo fuera, como suele ser habitual), me di cuenta de que la noche era clara y estrellada. Por fin tenía un poco de tiempo para intentar identificar esa parte del cielo que me tocaba en suerte. La Osa Mayor quedaba demasiado cerca del horizonte, por lo que era imposible localizarla, pero fui capaz de reconocer Tauro, las Pléyades, el Dragón, la Osa Menor, Lira y su Vega brillante. Me puse a girar sobre mí mismo encima del césped mientras sometía a las cervicales a una presión inusual. Estaba contento. Me parecía un buen presagio haber empezado así. Es extraña la felicidad que supone toparte en el cielo con esos lunares resplandecientes que siempre se presentan en el mismo orden y nunca dan sorpresas, pero que, de alguna manera, no dejan de producirte admiración. Es como abrir la misma caja cerrada de todas las noches y encontrar las mismas piedrecitas de colores formando exactamente las figuras del día anterior. Dispuestas del mismo modo en el fondo de cartón, para formar el escenario que has visto cada vez que te has asomado ahí dentro. Recuerda el interés de los niños por escuchar infinidad de veces el mismo cuento, con los mismos personajes, la misma trama y el mismo final. Para sorprenderse, quizá, de que no hay sorpresas.

Cuando nos ponemos en marcha está aún bastante oscuro y hace frío. Tenemos que utilizar las linternas, tarea en la que ya somos expertos, y cuando salimos a campo abierto, decido ponerme el pañuelo largo que uso como bufanda, a modo de turbante, pues tengo bastante frío. Ya está empezando a clarear, y la luz llega en el momento oportuno para empezar a mostrarnos un paisaje refrescante, verde y frondoso. Es el Canal de Castilla, del que nunca he oído hablar y me no puedo dejar de mirar desde el primer momento. Amor a primera vista. Se trata de una obra de ingeniería del s. XVIII, patrocinada por el Marqués de la Ensenada en tiempos de Fernando VI, cuya utilidad principal era la de transportar el trigo y otras mercancías, hasta que la llegada del ferrocarril lo dejó obsoleto. Hoy en día se usa como canal de riego y atracción turística, pues incluso se organizan excursiones en barco a través de sus aguas. A mí me pareció un oasis en medio del desierto. La vegetación de la orilla y su verde verdísimo contrastaba con el amarillo dominante de la llanura que lo rodeaba. Habría sido capaz de caminar por su orilla durante todo el día.

Orilla del Canal de Castilla, de Andrea Zuppa.

Cuando llegamos a la esclusa de cuatro saltos del Canal, nos encontramos ya cerca de Frómista. Es impresionante ver una construcción así en medio del campo. Nos quedamos observando todo aquello durante unos minutos hasta que nos desviamos hacia el oeste para entrar en el pueblo por una zona industrial en la que nos reciben varias naves. Sus letreros antiguos pintados en los muros con letras negras hablan de su pasado comercial. Los nidos de cigüeña dan un toque emotivo a alguna fábrica abandonada y, a pesar de sentirme atraído por todo aquello, ya solo pienso en llegar a la iglesia que ha escrito el nombre de esta población en los libros de arte de medio mundo: San Martín de Frómista, cumbre del Románico palentino. Al contrario de lo que ocurre con el Canal de Castilla, al que estoy encantado de haber conocido, la iglesia retumba en mi cabeza desde que decidimos hacer el Camino. Es como estar llegando a París, a Roma, a Londres, a Nueva York, a alguna de sus calles o a la sala de alguno de sus museos donde sabes que vas a ver una pieza, un edificio, un cuadro que llevas en la memoria desde hace años y ahora podrás comparar con la realidad. Ya es solo cuestión de minutos.

Llegamos al centro de Frómista y, como ya hemos recorrido casi seis kilómetros, nos sentamos en la terraza de un bar a desayunar por segunda vez, lo cual se ha convertido en una costumbre. Algunos de los peregrinos que conocemos de vista están ya sentados y conversan animadamente (como ha sucedido otras veces, es un auténtico misterio cuándo han llegado o por dónde han venido, puesto que no nos hemos cruzado con nadie por el camino). La mayoría de ellos son muy jóvenes y no esconden las ganas de camaradería que los lleva a hacer las cosas en grupo y a suponerle una importancia vital a todo lo que hacen. Yo he entrado en el bar a pedir nuestra consumición y, después de llevarlo todo a la mesa y sentarme, los tengo de espaldas. Así que, cuando el escudero abre los ojos como platos y hace un gesto de sorpresa que denota cierta urgencia por salir corriendo, me giro discretamente y descubro la escena que lo ha dejado de piedra. Los jóvenes peregrinos (son tal vez siete u ocho) se han fundido en un abrazo colectivo y aguardan en silencio con los ojos cerrados hasta quedar saciados de cercanía los unos de los otros. No puedo evitar pensar en un rito de iniciación, en una secta o en una religión clandestina que se valga de las almas débiles para dejar su huella. Bueno -me digo-, tampoco hay que exagerar. La juventud, divino tesoro, tiene estas cosas. Recuerdo ese halo místico que subraya muchas de las alusiones al Camino, esas pasiones desatadas que llevan a algunos a repetir la experiencia decenas de veces, esa dependencia inexplicable que surge en los espíritus cándidos y que hace imposible seguir viviendo sin la proximidad del Santo y de todas sus vías. Ignoro qué ocurrirá de aquí hasta llegar a Compostela, pero hoy por hoy estoy muy lejos de ese tipo de experiencias. Disfruto las caminatas, ir cumpliendo etapas y superando límites. Vivo con intensidad la relación con el paisaje, con la naturaleza, pero hasta ahora no he visto ninguna luz reveladora ni me he caído de ningún caballo. Nadie es perfecto, supongo.

Esclusa de cuatro saltos del Canal de Castilla / Esclusa di quattro livelli del Canal de Castilla

Aquel abrazo efusivo y meditabundo al mismo tiempo terminó pronto y, no sé si por el aturdimiento que sucede a toda experiencia mística o por pura ignorancia, los participantes no hicieron siquiera ademán de dirigirse hacia la derecha del bar, donde a escasos cien metros se encontraba la iglesia de San Martín. Supongo que sus objetivos eran otros. Me sorprendió, no obstante. Yo sabía que estaba allí, a la vuelta de la esquina, y, aunque la camarera que me había servido el desayuno me explicó que no la abrían hasta las 9:30 (lo que significaba que tendríamos que haber esperado más de una hora para entrar), conservaba aún intacta la expectación por admirarla solo desde fuera. No me decepcionó en absoluto. Su estado de conservación (fue restaurada hace más de un siglo) la hace parecer una maqueta casi perfecta. Habrá que buscar otra ocasión para visitarla por dentro… 🤞.

Cuando salimos de Frómista, después de pasar un par de rotondas, tomamos una pista paralela a la carretera hasta llegar a Población de Campos, unos 3,5 km más allá. A la entrada hay árboles frutales que, de nuevo, nos regalan sus cosechas, aunque solo sea para disfrutarlas con la vista: melocotones, alcachofas, ciruelas. Bueno, también nos tomamos la libertad de alargar la mano hasta donde no debíamos (pequeños pecados del caminante) para disfrutar del sabor de unas ciruelas dulces y crujientes, que nos convertían en pecadores convencidos sin sombra de arrepentimiento. Menos mal que al llegar a Santiago nos espera la indulgencia plenaria 😇. Después de atravesar el río Ucieza, giramos enseguida a la derecha. Nuestra guía habla de «monótono andadero», pero se nos hace agradable porque es estrecho y casi siempre caminamos a la sombra de los álamos. Desde el sendero divisamos varios pueblos por los que no pasamos, pero que tratamos de identificar para orientarnos, según lo que nos va indicando nuestra guía: Revenga de Campos, Villovieco, Villarmentero de Campos, hasta que, más de nueve kilómetros después de Población de Campos, llegamos a Villalcázar de Sigra, donde sentimos la necesidad de hacer una pausa antes del último esfuerzo necesario para concluir la etapa.

Detalles de la fachada lateral de San Martín de Frómista, con el ajedrezado y los canecillos característicos.

A los pies de la iglesia de Santa María La Blanca hay un par de terrazas que nos permiten tomar algo antes de seguir. Esta vez se trata más bien de un aperitivo propio del mediodía, que ya hemos pasado. Estamos un buen rato disfrutando de la pausa y decidimos entrar en el templo que, parecido a una fortaleza, se alza varios metros sobre el nivel de la población, como para indicar que fue el pueblo el que surgió alrededor de la iglesia, y no al contrario. Perteneció a la Orden del Temple y, según la guía que nos acoge con entusiasmo y nos hace directamente el descuento a que tienen derecho los peregrinos sin pedirnos la credencial (la mochila sirve de identificación inconfundible), está llena de energía que llega de las profundidades de la tierra y cura todos los males del cuerpo y del espíritu. El precio de las entradas -nos explica- sirve para pagar su sueldo (ya que trabaja entre siete y ocho horas diarias, festivos incluidos), así como los gastos de mantenimiento ordinarios. Se parece un poco a las madres o a las abuelas que no quieren que te vayas de casa con el estómago vacío. Solo que, en este caso, el alimento que te ofrece no es exactamente comestible. Se siente en casa, es indiscutible, y habla con el tono propio de quien se mueve entre la cocina y la sala de estar, como quien camina por el pasillo de su casa para enseñar las habitaciones a las visitas. Aquí tienen el sepulcro del infante Don Felipe de Castilla, hijo de Fernando III el Santo, y aquí la famosa Virgen de las Cantigas, que es muy milagrosa, y que inspiró a Alfonso X sus famosas cantigas a la Virgen María. Por cierto, suena de fondo una grabación con una de las cantigas más famosas y que me hace recordar tiempos inmemoriales:

Santa Maria strela do dia
mostranos via pera Deus et nos guia.
Ca veer fazelos errados
que perder foran per pecados
entender de que mui culpados
son; mais per ti son perdonados
da ousadia que lles fazia
fazer folia mais que non deveria.

Se entretiene explicando las bondades del pozo, que conecta con una corriente de aguas subterráneas, y de la columna adyacente, lugares mágicos que todo el pueblo conoce, donde te quedas unos minutos para curarte todo tipo de males.

- Esta no es una iglesia cualquiera. La edificaron los templarios antes de que existiera el pueblo. Medían la energía con el péndulo antes de decidir el lugar exacto. Siéntense aquí, siéntense y verán.

Se sienta en la base de la columna más cercana al pozo, y deja caer las manos sobre el regazo, adoptando una postura relajada. Cierra los ojos como para entrar en un trance conocido, tanto que apenas le cuesta unos segundos entrar y salir de él como si, una vez más, se tratara de una habitación de su propia casa. Al salir de la iglesia nos sentimos como si hubiéramos vuelto de un viaje largo, al menos mucho más largo que el cuarto de hora o veinte minutos que hemos pasado dentro. Mérito de la guía, sin la cual no hubiéramos llegado tan lejos.

Paesaggio castigliano, di Andrea Zuppa.

Para salvar los seis kilómetros que nos separan de Carrión de los Condes, final de etapa, respiramos hondo y ponemos el turbo. Habíamos reservado dos días antes, desde el albergue Fuente Sidres, en la hospedería del convento de Santa Clara, y el hospitalero que cogió el teléfono dijo que estaba en la recepción hasta las dos, de modo que, teniendo en cuenta la hora que era y las dificultades que surgían siempre al final de cada jornada por la acumulación del cansancio, decidí dejar atrás al escudero para que nadie nos diera con la puerta en las narices.

Los seis kilómetros que separan Villalcázar de Carrión son prácticamente una línea recta paralela a la carretera: la primera parte, cuesta arriba en la que el viento parece haber desaparecido, por lo que el calor va subiendo cada vez más; en la segunda se va cuesta abajo y el viento reaparece cuando ya se había perdido la esperanza de llegar con las fuerzas suficientes para mantener la compostura. Llego a menos diez, y el escudero poco después que yo. El hospitalero aguarda en una pequeña habitación detrás de un mostrador. A su derecha hay un pequeño torno donde, desde el obrador situado al otro lado, pasan los dulces destinados a la venta. Sin duda, esa voz es la de quien nos atendió el día que reservamos. Suena igual de mecánica y de robotizada que hace dos días. Le pido información sobre los dulces que aparecen expuestos en un pequeño mueble. Repite una breve descripción de cada uno de ellos aprendida de memoria y recitada anteriormente hasta la extenuación:

ROSQUILLAS: Muy ricas. Anisadas. Secas, no duras. Para comer como un ratón. Lo digo porque la gente se piensa que es un donut y no es un donut. 
AMARGUILLOS: Se llaman así porque se usaban almendras amargas, pero ya no. No son amargas, están muy ricas.
VIRUTAS DE SAN JOSÉ: Se fríen enroscadas en una varilla y lo difícil es desenroscarlas sin que se rompan.
TORTAS DE SANTA CLARA: Con mantequilla.

Después de semejante alarde de memoria (también describió las pastas de nata y las de limón, las perrunillas y los almendrados), nos registra y se levanta de su asiento para conducirnos a la hospedería. En ese momento muestra por primera vez toda la camisa abotonada que, a pesar de su buen tamaño, no logra cubrir toda su oronda anatomía, dejando al descubierto su ombligo poderoso y el último tramo de su barriga voluminosa y densa, que parece salir a saludar a los recién llegados. Al otro lado del patio está la entrada de la hospedería. Para abrir, la llave está en la ventana. Entramos y vamos hacia la derecha. Cuidado con el escalón. Aquí pueden dejar las botas y tender la ropa, pero, si van a usar la lavadora, me la dan, y yo la pongo. También pongo la secadora por 5 euros. Volvemos sobre nuestros pasos. Cuidado con el escalón (es el mismo de antes). Subimos al piso de arriba. Aquí duchas y retretes. Esta es la habitación. Por favor, pongan las sábanas de papel y encima solo el saco. Nada más. Las mochilas sobre la mesa. Y se va.

La habitación (esta vez no la compartimos con nadie) es una celda de convento en toda regla. Austeridad total. Dos camas pegadas a la pared y separadas por una mesita de noche. Sobre la mesita, una ventana de madera pequeña, más bien una claraboya. A los pies de una de la camas, la mesa donde, en teoría, tenemos que apoyar las mochilas. Cuando sales al pasillo para ir al baño, todo chirría, incluidas las puertas, que hacen presagiar una noche llena de sonidos desagradables.

Pensamientos del día

Las estrellas son como lo bueno de la vida: sabes que están ahí, aunque no siempre puedas verlas.
Algunas obras de arte serían perfectas si pudieran firmar autógrafos.
Vender bien algo es como crearlo dos veces. Si lo vendes mal, lo destruyes un poco cada vez que lo intentas.
Fría la partida
y el recorrido largo.
Dulce llegada.

Índice de entradas

[ITALIANO]

Ingegneria, templi e ciambelle

Penso che dopo lo «scontro» iniziale, lo scudiero apprezza la simpatia del addetto alla reception / hospitalero con le raste raccolte e nascoste. Non solo fa uno sforzo per svolgere bene il suo lavoro, ma sembra anche che lo faccia con una certa dedizione. Penso gli piaccia che il cliente rimanga soddisfatto. Inoltre, non ho la percezione che faccia molta differenza tra i clienti dell’albergo (loro) e quelli dell’ostello (noi). Tratta tutti allo stesso modo. Parla varie lingue con un livello sufficiente per comunicare l’imprescindibile e per fare alcuni scherzi col sorriso finale per le due parti. È disponibile e dà tutta l’informazione necessaria perché il soggiorno sia il più piacevole possibile.

Ad esempio, quando gli chiediamo la sera da che ora si può fare colazione, ci dice che lui apre tutti i giorni alle 6:00, così, per non dover aspettare fino a Frómista per mangiare qualcosa, dopo esserci alzati e preparati, e dopo aver completato il rituale giornaliero di messa a punto prima di partire, verso le 5:50 siamo inchiodati davanti l’albergo ad aspettare l’apertura della caffetteria. È completamente buio. I minuti trascorrono e non c’è alcun segnale di attività di nessun tipo. Cominciamo a credere che non è molto puntuale, oppure che si è alzato troppo tardi. Alle 5:58 decidiamo di andare via per non perdere più tempo, ma prima che ci allontaniamo dallo stabilimento, viene fuori dal nulla l’addetto-alla-reception-hospitalero-cameriere-ragazzotuttofare, su quella minuscola bici che ho fotografato il giorno prima sulla piazza, e si introduce nell’albergo in un lampo. È curiosa e simpatica l’immagine di quel barbuto robusto e con le raste, su una bici da bambino con delle ruote che potrebbero essere quelle di un triciclo. Ci ha salvato la mattina. Entriamo anche noi nella hall dell’albergo, ci sediamo su uno dei tavoli e aspettiamo.

Tutti i clienti dell’albergo hanno la colazione inclusa e lui si muove tra i tavoli con una specie di teiera gigante, una per mano, la prima piena di caffè e la seconda col latte caldo, e risponde alla chiamata di ognuno degli ospiti mattinieri, avidi di avere qualcosa di caldo per lo stomaco e un po’ di energia per le gambe. Distribuisce anche due fette di pane tostato a cui ciascuno può aggiungere quello che preferisce. Serve tutti con grande bravura e velocità e, quando comincia a scarseggiare il contenuto delle teiere, sparisce di nuovo come l’anima del diavolo per tornare in cucina e subito dopo riapparire in sala, pronto per soddisfare tutti quanti un’altra volta.

Frutos de Población de Campos

Il giorno, nonostante lo sconcerto iniziale, non è cominciato male, dato che ci siamo goduti una colazione più che decente. In più, prima di lasciare l’ostello, quando sono uscito nel giardino per mettermi gli stivali (tutte le scarpe bisognava lasciarle fuori, come al solito), mi sono reso conto che la notte era chiara e stellata. Finalmente avevo un po’ di tempo per cercare di identificare quella parte del cielo che avevo a disposizione. L’Orsa Maggiore era troppo vicina all’orizzonte, per cui era impossibile rintracciarla, ma sono stato in grado di riconoscere il Toro, le Pleiadi, il Drago, l’Orsa Minore, Lira e la sua Vega brillante. Ho iniziato a girare su me stesso sopra l’erba del giardino mentre sottoponevo le mie cervicali a una pressione poco abituale. Ero contento. Mi sembrava un buon presagio iniziare la giornata in quel modo. È strana la felicità causata da quei nei splendenti che trovi sempre nello stesso ordine e non danno mai sorprese, ma che, in qualche modo, non la smettono di suggerire ammirazione. È come aprire la stessa scatola chiusa tutte le notti e trovare gli stessi sassolini colorati formando esattamente le stesse figure del giorno prima. Collocati nello stesso modo sul fondo del cartone, per creare il panorama che hai visto ogni volta che ti sei affacciato lì dentro. Fa venire in mente l’interesse dei bambini nell’ascoltare un’infinità di volte la stessa favola, con gli stessi personaggi, la stessa trama e la stessa fine. Per sorprendersi, magari, del fatto che non ci sono sorprese.

Quando ci mettiamo in moto è ancora abbastanza buio e fa freddo. Dobbiamo usare le torce, compito nel quale siamo ormai esperti e, quando usciamo nell’aperta campagna, decido di usare a mo’ di turbante la sciarpa leggera che porto di solito al collo. Comincia ad albeggiare, e la luce arriva al momento opportuno per mostrarci pian piano un paesaggio rinfrescante, verde e rigoglioso. È il Canal de Castilla, di cui non ho mai sentito parlare e non posso smettere di guardare dal primo momento. Amore a prima vista. Si tratta di un’opera di ingegneria del 700 promossa dal Marqués de la Ensenada nei tempi di Fernando VI, la cui utilità principale era trasportare il grano e altre merci, finché l’arrivo della ferrovia non l’ha reso obsoleto. Oggigiorno viene usato come canale di irrigazione e attrazione turistica, poiché si organizzano gite in nave lungo le sue acque. A me è sembrato un’oasi in mezzo al deserto. La vegetazione sulla riva e il suo verde verdissimo contrastava con il giallo dominante della pianura circondante. Sarei stato capace di camminare sulla sua riva per tutta la giornata.

Paisaje enmarcado en Villovieco (Palencia) / Paesaggio in cornice a Villovieco (Palencia)

Quando arriviamo all’esclusa di quattro livelli del Canal, ci troviamo vicino Frómista. È impressionante vedere una costruzione del genere in mezzo alla campagna. Rimaniamo qualche minuto a osservare tutto quello finché andiamo verso ovest per entrare in paese attraverso una zona industriale dove ci ricevono alcuni capannoni. Le loro vecchie scritte dipinte sulle mura con lettere nere parlano del loro passato commerciale. I nidi di cicogna danno un tocco emotivo alle fabbriche abbandonate e, malgrado la mia attrazione per tutto questo, penso solo ad arrivare alla chiesa che ha scritto il nome di questa località sui libri di arte di mezzo mondo: San Martín de Frómista, punta del Románico palentino. Contrariamente a quello che mi è successo col Canal de Castilla, che ho appena avuto il piacere di conoscere, la chiesa risuona nella mia testa da quando abbiamo deciso di fare il Cammino. È come arrivare a Parigi, a Roma, a Londra, a New York, a una delle loro strade oppure nella sala di uno dei suoi musei, dove sai che vedrai un’opera d’arte, un palazzo, un quadro che porti nella memoria da anni e adesso potrai paragonare con la realtà. Manca solo qualche minuto.

Arriviamo in centro a Frómista e, siccome abbiamo già percorso quasi sei chilometri, ci sediamo sui tavolini di un bar a fare una seconda colazione, il che è diventato un’abitudine. Alcuni pellegrini che conosciamo di vista sono già seduti e chiacchierano animatamente (come è successo altre volte, è un vero mistero quando sono arrivati e quale strada hanno fatto, dato che non ci siamo incrociati per strada). La maggior parte di loro sono molto giovani e non nascondono la voglia di cameratismo che li porta a fare le cose in gruppo e a dare un’importanza trascendentale a tutto quello che fanno. Io sono entrato nel bar per chiedere la nostra consumazione e, dopo averlo portato tutto al tavolo, mi sono seduto rivolgendo loro le spalle. Quindi, quando lo scudiero sbarra gli occhi e fa un gesto di sorpresa che fa trasparire la voglia di scappare, mi giro discretamente e scopro la scena che l’ha lasciato pietrificato. I giovani pellegrini (sono magari sette o otto) si sono fusi in un abbraccio collettivo e aspettano in silenzio con gli occhi chiusi finché non sono sazi della vicinanza degli uni con gli altri. Non posso fare a meno di pensare a un rito d’iniziazione, a una setta o a una religione clandestina che usi le anime deboli per lasciare la sua impronta. Va bene, -mi dico-, non serve neanche esagerare. La gioventù, divino tesoro, ha quelle cose. Ricordi quell’aura mistica che sottolinea molte delle allusioni al Cammino, quelle passioni scatenate che portano alcuni a ripetere l’esperienza decine di volte, quella dipendenza inspiegabile che sorge negli spiriti candidi e che rende impossibile continuare a vivere senza la prossimità del Santo e di tutte le sue vie. Ignoro cosa succederà da qui in poi finché non arriviamo a Compostella, ma oggi come oggi sono molto lontano da quel tipo di esperienze. Mi godo le camminate, il fatto di poter compiere le tappe e superare i limiti. Vivo con intensità la relazione con il paesaggio, con la natura, ma finora non ho visto alcuna luce rivelatrice né sono caduto da alcun cavallo. Nessuno è perfetto, immagino.

Vista exterior de Santa María La Blanca (Villalcázar de Sigra)

Quell’abbraccio efusivo e meditativo allo stesso tempo è finito presto e, non so se dovuto allo stordimento che arriva dopo un’esperienza mistica o per via della pura ignoranza, i partecipanti non hanno fatto neanche il cenno di indirizzarsi verso il bar a destra. Circa cento metri dopo si trova la chiesa di San Martín. Immagino che i loro obiettivi fossero altri. Il fatto mi ha sorpreso, malgrado tutto. Io sapevo che era lì, dietro l’angolo, e, anche se la cameriera che mi aveva servito la colazione mi ha spiegato che non la aprono fino alle 9:30 (il che significava che avremmo dovuto aspettare più di un’ora per entrarci), erano ancora intatte le mie aspettative e la mia voglia di ammirarla, anche se soltanto da fuori. Non mi ha deluso per niente. Il suo stato di conservazione (è stata restaurata più di un secolo fa) la fa sembrare un modello quasi perfetto. Dovrò cercare un’altra occasione per visitarla dentro… 🤞.

Quando usciamo da Frómista, dopo aver passato un paio di rotonde, prendiamo una via parallela alla strada per arrivare a Población de Campos, circa 3,5 km dopo. All’entrata del paese ci sono dei frutteti che, un’altra volta, ci regalano la loro produzione, anche se solo per godercela con la vista: pesche, carciofi, prugne. Va bene, ci prendiamo anche la libertà di allungare la mano fin dove non avremmo dovuto (piccoli peccati di camminatore) per goderci anche il sapore di certe prugne dolci e croccanti, che ci facevano diventare peccatori convinti senza ombra di pentimento. Meno male che, quando arriveremo a Santiago, ci aspetta l’indulgenza plenaria 😇. Dopo aver attraversato il fiume Ucieza, giriamo subito a destra. La nostra guida parla di «monotono sentiero», ma ci sembra piacevole perché stretto e perché quasi sempre camminiamo sotto l’ombra dei pioppi. Dal sentiero avvistiamo vari paesi, ma anche se non dobbiamo entrarci, cerchiamo di identificarli per orientarci, secondo l’informazione della nostra guida: Revenga de Campos, Villovieco, Villarmentero de Campos, finché, più di nove chilometri dopo Población de Campos, arriviamo a Villalcázar de Sigra, dove abbiamo bisogno di fare una pausa prima dell’ultimo sforzo necessario per finire la tappa.

Tomba di Don Felipe di Castiglia, di Andrea Zuppa.

Ai piedi della chiesa di Santa María La Blanca ci sono dei tavolini che ci permettono di prendere qualcosa prima di andare avanti. Questa volta si tratta piuttosto di un aperitivo tipico del mezzogiorno, che abbiamo già passato. Rimaniamo un bel po’ a goderci la pausa e decidiamo di entrare nel tempio che, simile a una fortezza, si alza vari metri sul livello della località, come per indicare che è stato il paese a sorgere attorno alla chiesa, e non viceversa. Apparteneva all’Ordine dei Templari e, secondo la guida che ci accoglie con entusiasmo e ci fa direttamente lo sconto dei pellegrini senza chiederci la credenziale (lo zaino serve da identificazione inconfondibile), è piena di energia che arriva dalle profondità della terra e fa guarire tutti le malattie del corpo e dello spirito. Il prezzo dei biglietti -ci spiega- è destinato a pagare il suo stipendio (dato che lavoro fra sette e otto ore al giorno, inclusi i festivi), così come le spese di manutenzione ordinaria. Assomiglia un po’ alle madri o alle nonne che non vogliono che tu vada via da casa con lo stomaco vuoto. Ma, in questo caso, l’alimento che ti offre non è proprio commestibile. Si sente a casa, non c’è dubbio, e parla con il tono di chi si muove fra la cucina e il soggiorno, como chi cammina lungo il corridoio di casa per mostrare le stanze agli ospiti. Qua avete il sepolcro dell’ infante Don Felipe di Castiglia, figlio di Fernando III il Santo, e qui la famosa Madonna delle Cantigas, che è molto miracolosa, e che ha ispirato Alfonso X le sue famose cantigas alla Vergine Maria. A proposito, suona di sottofondo una delle cantigas più famose e che mi fa ricordare tempi immemorabili:

Santa Maria strela do dia 
mostranos via pera Deus et nos guia. 
Ca veer fazelos errados 
que perder foran per pecados 
entender de que mui culpados 
son; mais per ti son perdonados 
da ousadia que lles fazia 
fazer folia mais que non deveria

Si trattiene spiegando le bontà del pozzo, che è connesso a una corrente di acque sotterranee, e della colonna vicina, luoghi magici che tutto il paese conosce, dove rimani qualche minuto per guarire da tutti i tipi di malattie.

- Questa non è una chiesa qualsiasi. L'hanno costruita i templari prima che ci fosse il paese. Misuravano l'energia con il pendolo prima di decidere il posto esatto. Sedetevi qui, sedetevi e vedrete.

Si siede sulla base della colonna più vicina al pozzo e posa le mani sul grembo, adottando una posizione rilassata. Chiude gli occhi come per entrare in uno stato di trance, così tanto conosciuto che ci vuole appena qualche secondo per entrarvi e uscirne, come se, ancora una volta, si trattasse di una stanza di casa sua. Quando usciamo dalla chiesa ci sentiamo come se fossimo tornati da un lungo viaggio, almeno molto più lungo del quarto d’ora o venti minuti che abbiamo trascorso lì dentro. Merito della guida, senza la quale non saremmo arrivati così lontano.

Santa María La Blanca, de Andrea Zuppa.

Per affrontare i 6 chilometri che ci separano da Carrión de los Condes, finale di tappa, facciamo un respiro profondo e mettiamo il turbo. Avevamo prenotato due giorni prima, dall’ostello Fuente Sidres, nell’hospederia del convento di Santa Chiara, e l’ hospitalero ci ha detto al telefono che lui rimaneva alla reception fino alle due del pomeriggio. Quindi, vista l’ora e le difficoltà che appaiono sempre durante l’ultima tratta di ogni giornata per l’accumulo della stanchezza, ho deciso di lasciare dietro lo scudiero perché nessuno potesse chiuderci la porta in faccia.

La distanza tra Villalcázar e Carrión è praticamente una linea retta parallela alla strada: la prima parte, una salita durante la quale il vento sembra essere sparito, per cui il caldo sale sempre di più; la seconda, invece, è in discesa e il vento riappare quando si ha già perso la speranza di arrivare con le forze necessarie per conservare la compostezza. Arrivo alle meno dieci, e lo scudiero poco dopo. L’hospitalero aspetta in una piccola stanza dietro un bancone. Alla sua destra c’è una piccola ruota da convento che qualcuno usa dall’altra parte per passare i dolci destinati alla vendita . Senza dubbio, quella voce è quella che ci ha risposto al telefono l’altro giorno. Ha lo stesso suono meccanico e robotizzato. Gli chiedo informazioni sui dolci esposti in un piccolo mobile e lui ripete una breve descrizione per ognuno di loro, imparata a memoria e ripetuta fino allo sfinimento:

CIAMBELLE: Molto buone. Profumate all'anice. Secche, non dure. Per mangiare come un topolino. Lo dico perché la gente pensa che sia un donut e non è un donut. 
AMARETTI: Si chiamano così perché per farle si usavano le mandorle amare, ma non si fa più. Non sono amare, sono molto buone.
SCAGLIE DI SAN GIUSEPPE: Si friggono arrotolate su un bastoncino e la cosa più difficile e srotolarle senza romperle.
TORTE DI SANTA CHIARA: Col burro.
Convento de Santa Clara / Convento di Santa Chiara

Dopo quella dimostrazione di memoria (ha descritto anche le paste di panna e quelle al limone, le perrunillas e i mandorlati), ci registra e si alza dalla sedia per guidarci fino all’hospederia . In quel momento mostra per la prima volta tutta la sua camicia abbottonata, che, nonostante la sua grande taglia, non può coprire del tutto la sua rotonda anatomia, e lascia scoperto il suo potente ombelico e l’ultima tratta della sua pancia voluminosa e densa, che sembra uscita per salutare gli ospiti appena arrivati. Dall’altro lato del cortile si trova l’hospederia. Per aprire, la chiave si trova nella finestra. Entriamo e giriamo a destra. Fate attenzione allo scalino. Qui potete lasciare gli stivali e stendere la biancheria, ma, se volete usare la lavatrice, me la date, e io la faccio partire. Anche l’asciugatrice per 5 euro. Torniamo indietro. Fate attenzione allo scalino (è lo stesso di prima). Saliamo al primo piano. Qua le docce e i gabinetti. Questa è la stanza. Per favore, mettete le lenzuola di carta e sopra soltanto il sacco. Nient’altro. Gli zaini sul tavolo. E se ne va.

La stanza (questa volta non la condividiamo con nessuno) è una cella di convento vera e propria. Austerità totale. Due letti attaccati al muro e separati da un comodino. Sul comodino una finestra di legno piccola, piuttosto un lucernario. Ai piedi del letto, il tavolo dove, in teoria, dobbiamo appoggiare gli zaini. Quando esci sul corridoio per andare in bagno, tutto cigola e scricchiola, anche le porte, che fanno pensare a una notte piena di suoni sgradevoli.

Productos del Convento de Santa Clara / Prodotti del Convento di Santa Chiara

Pensieri del giorno

Le stelle sono come la parte buona della vita: sai che ci sono, anche se non sempre puoi vederle.
Alcune opere d'arte sarebbero perfette se fossero in grado di firmare autografi. 
Vendere bene qualcosa è come crearlo due volte. Se lo vendi male, lo distruggi un po' ogni volta che ci provi.
Fredda partenza
e bel lungo il percorso.
Dolce l'arrivo.

Indice del blog

4 comentarios sobre “El Camino Inverso / Il Cammino Inverso – Jornada 15ª / Giornata 15ma: Boadilla del Camino – Carrión de los Condes

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: