El Camino Inverso / Il Cammino Inverso – Jornada 14ª / Giornata 14ma: Hontanas – Boadilla del Camino

Km: 28,5 – km totales: 345,9 – ampollas / vesciche: 0 – totales: 1

Perfil de la etapa / Profilo della tappa
Resumen de la etapa / Riassunto della tappa
Vídeo de la etapa realizado por el escudero / Video della tappa realizzato dallo scudiero

[ESPAÑOL]

Santos, cumbres y llanura

El día anterior había terminado con un atardecer en el páramo que rodea el albergue Fuente Sidres. A medida que el sol iba descendiendo en el horizonte, el frío se iba adueñando del lugar, de modo que, para seguir las recomendaciones del inefable Andrés, tuvimos que abrigarnos con todo lo que teníamos a mano. Él había insistido mucho en que saliéramos del edificio y nos situáramos en una especie de mirador situado a unos veinte metros del mismo para admirar la puesta de sol. Me recordó a una de esas personas que intenta transmitirte su pasión por cualquier cosa, desde un libro hasta una dieta para perder peso, pero de un modo tan machacón que parece más bien que te están imponiendo su visión del mundo. Rechacé la sugerencia en un primer momento, más que nada porque mi relación con el frío no es de las mejores, pero al final no supe seguir negándome ante tanta insistencia y, la verdad sea dicha, algo de curiosidad por el acontecimiento había conseguido transmitirme. A esa temperatura y con ese viento, la contemplación fue breve pero intensa.

Atardecer en la meseta norte / Tramonto sull’altopiano nord

A esas horas, la propietaria había concluido la jornada laboral y Andrés estaba dando los últimos toques a su limpieza del bar y del comedor, sin olvidarse de advertirnos que, en realidad, nosotros teníamos que estar ya confinados en el ala este del edificio, es decir, la dedicada al descanso de los peregrinos (donde estaban las habitaciones y las duchas), y que solo su espíritu magnánimo nos permitía estar aún vagabundeando libremente por ahí. Le agradecimos su tolerancia y permisividad sin precedentes, por supuesto. Antes de marcharse definitivamente, nos recordó que se había encargado de todo lo necesario para hacer llegar al día siguiente la mochila del escudero al albergue de Boadilla del Camino, donde -por supuesto- lo conocían perfectamente y lo consideraban como de la familia. Que no nos preocupáramos de nada.

De Hontanas a Boadilla nos esperaban unos 28,5 kilómetros, pero, teniendo en cuenta que ni siquiera habíamos llegado a Hontanas, teníamos por delante más de 30, así que nos levantamos a las 5:30 y a eso de las 6:20 ya estábamos en marcha. Nos abrimos paso de nuevo con ayuda de las linternas y, una vez en el camino principal, solo teníamos que seguirlo para llegar al pueblo, donde teníamos la esperanza de poder tomar algo caliente… pero no hubo suerte. Nos sacudimos la desilusión como buenamente pudimos, y seguimos adelante, tratando de no pensarlo demasiado. En el Camino, como en la vida, es mejor no regodearse en los fracasos. Sabes que aparecerán muchas veces, que brotarán por todas partes en los peores momentos, pero es mejor hacer como Ulises con el canto de las sirenas: atarse al mástil para poder avanzar sin perder la razón.

Amanecer del día 6 de agosto / Alba del 6 agosto

A unos dos kilómetros después de Hontanas, el sol acaba de salir. Steven, el inglés con el que hemos compartido dormitorio, nos adelanta como una exhalación, a una velocidad que no seremos nunca capaces de alcanzar. Nos saluda risueño sin perder el ritmo (al que siempre se refiere como su «ritmo natural» y que a veces le lleva a caminar ¡cuarenta kilómetros en un solo día!). Si no me equivoco, debe de ser mayor que nosotros, o al menos no aparenta ser más joven, pero debe de tener una condición física excepcional. Todavía pienso en estas cosas cuando de él solo se ve una figura diminuta que se aleja definitivamente de nosotros. Me siento el coyote ante un adelantamiento peligroso del correcaminos. ¡Bip bip!

Ruinas de una torre / Rovine di una torre, foto de Andrea Zuppa.

Hasta que llegamos a las ruinas del viejo convento de San Antón, no conseguimos nada caliente que llevarnos a la boca, y casi de casualidad. Hemos caminado ya siete kilómetros y nos sorprende en medio de la carretera la silueta perfectamente reconocible de una iglesia en ruinas de la que quedan en pie casi exclusivamente los muros perimetrales. No es la primera vez que veo algo parecido, pero un hallazgo así es siempre interesante. El escudero dice que es una lección de arquitectura buenísima. Yo, con un espíritu menos técnico y el cerebro situado más cerca del corazón, me imagino cómo habría sido la vida allí dentro hace siglos. Me vienen a la memoria las imágenes de bombardeos, de accidentes domésticos, de derrumbes accidentales de edificios en los que vive la gente, y de pronto se queda al descubierto la vida cotidiana más insignificante, que se convierte en un abrir y cerrar de ojos en algo trascendental: los platos de la cena encima de la mesa, las cortinas movidas exageradamente por un viento que entra ahora en la vivienda sin oposición alguna, los cuadros colgados en una pared de la que queda solo queda la mitad…

En una pequeña estancia veo a tres personas que desayunan casi escondidos del mundo. Me da la impresión de que no quieren hacer ruido, como si temieran despertar a alguien. Resulta que allí mismo funciona un albergue de lo más espartano con doce plazas, y quienes están desayunando ahora son los hospitaleros voluntarios. Un hombre y dos mujeres. Les pregunto si se puede desayunar. El hombre me explica que no ha ido el panadero, así que como mucho nos pueden ofrecer un café. Nos lo sirven de su termo y -lujo entre los lujos- también tienen un chorrito de leche para manchármelo un poco. El escudero lo toma solo, como el coronel Aureliano Buendía. Me sabe a gloria. La voluntad -me dicen que cuesta. Y les echamos unas monedas en la hucha-recoge-voluntades.

Envuelto en el aroma del café (¡qué bien olía el condenado!) se me desata un poco la lengua, y como he notado que el acento de los hospitaleros desentona con las latitudes en que nos encontramos, les digo aquello de:

- Ustedes no son de por aquí, ¿a que no?
- Somos de Sevilla.

Y, entonces, yo les cuento que soy de la Mancha, pero que vivo en Padua. E, inevitablemente, acabamos hablando de San Antonio y de San Antón, que, como le aclararon el otro día a una peregrina italiana, no son el mismo santo. Yo les confieso que, no siendo muy versado en hagiografías, alguna duda la he tenido, porque hemos leído en la guía que, en este convento, los monjes de San Antón curaban el «fuego de San Antonio» (también conocido como ergotismo), especie de gangrena infecciosa que provenía de un hongo que alteraba el grano del centeno (se trata, pues, de una intoxicación alimentaria); y, por otra parte, en Italia se le llama «fuoco di Sant’Antonio» al herpes Zoster (causado por el virus de la varicela). Debo decir que, después de salir del convento y de haber investigado un poco, he llegado a la conclusión de que, aunque el «fuego de San Antonio» no es lo mismo que el «fuoco di Sant’Antonio», en ambos casos el término se refiere a San Antonio Abad o San Antón (dos nombres para la misma persona), y nunca a San Antonio de Padua. Y que, debido probablemente a que el primero era un eremita aficionado al tormento de la carne y sometido a las torturas del diablo, al pobre le debió pasar de todo, por lo que cualquier calamidad visible en la piel podía acabar asociada por el pueblo llano a las penas del sufrido Antón. Gajes del oficio. El encuentro con los cordiales hospitaleros acabaría, pues, siendo no solo reconfortante, sino también instructivo.

Desde San Antón hasta Castrojeriz el trayecto se hace corto, aunque es uno de esos pueblos que se divisa claramente mucho antes de poder ponerle el pie encima, por lo que provoca una sensación muy parecida a la que debió de tener el celebérrimo Neil Armstrong antes de dejar su famosa huella en la superficie de la luna. Bueno, un poco exagero (la verdad sea dicha), pero que nadie subestime lo que puede pasar por la mente cuando se llevan nueve kilómetros de caminata sin desayunar y los jugos gástricos ya han empezado a exigir la justicia universal que se merecen. El caso es que desayunamos a la vera de la Iglesia de Nuestra Señora del Manzano. Como al escudero también lo apremia el estómago y se ve que, como a mí, le falta algo de riego en el cerebro antes de desayunar, me anima a que pida yo el café, la bollería y demás lujos matinales, pues no está la cabeza para traducciones ni la lengua para zetas, jotas y otros incordios de la fonética castellana. Así que cumplo con lo que se me pide: café, napolitana, y…

- ¿Hace usted zumos de naranja?
- Sí señor, y me alegra que me haga esa pregunta.
- ¿Ah, sí?
- Sí, porque está muy correctamente hecha. Porque, si usted me hubiera preguntado si tengo zumo de naranja, que es lo que pregunta casi todo el mundo, yo le habría tenido que decir que no, porque tenerlo, no lo tengo. Lo que tengo son naranjas y, si quiere usted, con las naranjas yo le hago ahora mismo un zumo.

Siempre es una suerte dar con un filósofo, ya que de ellos siempre hay mucho que aprender. Además, este se veía que tenía ganas de darle a la sin hueso. Lo malo es que apareció una familia de turistas y se tuvo que dedicar a ellos. Estos no pidieron zumo, así que no sé si le dieron tantas satisfacciones como nosotros.

Cuando salimos del local (en realidad, el bar de un hostal), descansados y con el estómago silencioso, nos disponemos a atravesar el pueblo, que se extiende como un reptil a lo largo de la ladera de un monte. El Camino lo atraviesa de este a oeste, pasando ante varias iglesias interesantes, casas blasonadas y algunos albergues de peregrinos. Cuando por fin lo dejamos atrás, una recta nos conduce hacia el Teso de Mostelares, y nuestra guía nos avisa de que para llegar a él, pasaremos en 1,3 km desde los 777 de altura hasta los 917, con una pendiente media del 11%. Es un repecho considerable que, en realidad, me da vidilla. En estas ocasiones siempre dejo atrás al escudero, pero para evitar el peligro de que se me suban los humos, a mí me adelanta una vez más a la velocidad del rayo (no es la primera vez que nos lo encontramos hoy) un caminante tipo tiarrón-del-norte, de no menos de setenta años (a ojo de buen cubero), y que cuando saluda me da la impresión de que tenga acento vasco. Llegamos al final de la cuesta inmisericorde y nos acoge una especie de cobertizo para emergencias atmosféricas, con un poyete sencillo donde sentarse a recuperar el aliento. Mientras espero allí al escudero, echo mano del agua y de algún tentempié sólido para recuperar azúcar. Llega una familia francesa y saludan. El tiarrón del norte se presenta:

- I come from San Sebastian, from the Basque Country. It is not Spain! -sin duda, puedo estar muy orgulloso de mi oído.
Castrojeriz al fondo, desde el Alto de Mostelares / Castrojeriz in fondo, dal Teso di Mostelares.

Después de haber bebido lo suficiente y descansar lo indispensable, seguimos nuestro camino sin saber que nos espera una de las panorámicas más impresionantes de la Via Compostelana. Ya sé que no tiene muy buena fama, que, una vez abandonados los verdes bosques del Edén, al caminante tipo estas tierras anchas y desprovistas de cobijos naturales lo asustan y lo hacen sentir, tal vez, desprotegido. Por eso lo incomodan, lo desubican, lo hacen sentirse perdido en el espacio inmenso. Pero a mí me fascina ver que, poco más allá, se extiende la famosa Tierra de Campos, dicen que granero de España. La llanura me recuerda a mis raíces. Los amarillos y los ocres de la meseta son como cancioncillas de la infancia que después de olvidarse se recuperan un buen día en la memoria, gracias a una visión inesperada como esta. Los bosques me conquistan con su silbidos y sus sus sombras maternales, pero mi verdadero paisaje interior se parece mucho más a este. La planicie, que nada esconde. Como un espejo cuya superficie revela lo que eres sin trampa ni cartón.

Terminamos de descender una primera cuesta bastante inclinada, que nos entrega a una meseta de la que no se vislumbra el final. Seguimos sorprendidos de lo que nos rodea. Más bien la sensación es la de ir caminando sobre la palma de una mano enorme, que más que rodearnos nos sostiene. Estamos completamente solos. Mirando atrás, se adivina la figura de otra persona que llegará hasta donde nos encontramos tal vez en un cuarto de hora o veinte minutos. Un caminante hipocondríaco se dejaría llevar por el miedo en un lugar así. Qué pasaría si, aquí, en medio de la nada… Pero es más productivo y sano admirar el paisaje, dejarse sorprender por lo que solo se admira en situaciones excepcionales como esta. El Camino seduce fácilmente a quien no se resiste. El sol ya ha empezado a calentar con una cierta intensidad, pero no nos ha abandonado un viento fresco que hace que el paseo sea aún agradable y no necesitemos pensar en inclemencia alguna.

Primera panorámica de Tierra de campos / Prima panoramica di Tierra de Campos

Con el paso de los minutos, la gran planicie se va matizando con pequeños rasgos que no le restan personalidad: la panorámica se va estrechando, el camino sube y baja, se curva y llega a una pequeña área de descanso al lado de la Fuente del Piojo. Tomamos un descanso en unos bancos de piedra situados bajo la sombra de unos árboles. Al lado una furgoneta ofrece bebidas a cambio de un donativo. Llenamos las cantimploras de agua y, sin entretenernos demasiado, proseguimos el camino. Unos minutos después divisamos la antigua parroquia de San Nicolás, hoy desconsagrada y convertida el albergue de peregrinos y sede de la Hermandad Italiana. La reconozco enseguida porque en nuestra primera planificación tuvimos la intención de terminar aquí una etapa. Paola y Claudio, quienes nos dieron en Italia las credenciales antes de partir, nos contaron que en este lugar cenaban todos los peregrinos juntos a la luz de las velas… y esa imagen se nos quedó grabada como ejemplo perfecto del tipo de experiencias que veníamos a buscar. Sin embargo, hemos decidido pasar de largo, aunque hacemos una breve visita para saludar y pedir que nos pongan su sello en la credencial. Tiene una planta rectangular de una sola nave en medio de la cual hay una gran mesa, también rectangular, donde supongo que se organizarán las comidas.

Ya estamos casi en el río Pisuerga, que aunque pasa por Valladolid, sirve también en este punto de frontera entre las provincias de Burgos y Palencia. El Puente Fitero nos sirve para atravesar el río y vivir plenamente la sensación de que un nuevo capítulo ha empezado. En el Camino, como en la vida, los nuevos inicios no siempre coinciden con el calendario. Estamos terminando la 14ª etapa de nuestro recorrido, pero acabamos de pisar una nueva provincia. Parece que recobramos aliento y ganamos fuerza en las piernas, pues no hay nada más estimulante como sentir que estás más cerca de la meta.

De Itero a Boadilla, el paisaje gana en cromatismo por la irrupción de algunos campos de alfalfa, que contrastan con el amarillo dominante. Pero no todo va a mejor. El viento de antes se ha convertido en una brisilla intermitente, y el final de la etapa empieza a parecerse a un pequeño suplicio en el que el espacio se estira como un chicle y el perfil de Boadilla -una vez más- se muestra como una tierra prometida con forma de espejismo. Menos mal que una peregrina de Zaragoza nos acompaña en los últimos cientos de metros, tal vez kilómetros, y su conversación hace que se me pase el tiempo (y el espacio) más rápidamente. El escudero vuelve a las andadas torpes y dolientes, pues al final de una etapa larga todos los dedos se acaban antojando huéspedes, los árboles no dejan ver el bosque y la razón se nubla. Sin embargo, todas estas crisis tienen algo bueno: antes o después acaban y hace que el final sea más dulce que cuando no has sufrido.

El albergue de Boadilla está muy bien. Tiene un gran jardín y una piscina, y solo cuesta 10 euros. Toda la gestión de las entradas de nuevos peregrinos se lleva en el hotel adyacente. El recepcionista / hospitalero esconde sus rastas en un gorro de lana y recibe a los inquilinos con una sonrisa. El escudero recoge su mochila, y encaja mal la crítica que el recepcionista le dedica, con más ganas de broma que de otra cosa:

- El italiano se ha olvidado de poner la dirección en la mochila.

Creo que en este momento se acuerda de Fuente Sidres, del inigualable Andrés y de toda su parentela.

Pensamientos del día

Las ruinas de un edificio son como los secretos 
No está hecha la meseta para cualquier mirada. 
No dejes que te haga nadie lo que puedas hacerte tú.
El frío asusta,
las cumbres estimulan
y el sol te apaga.

[ITALIANO]

Santi, cime e pianura

Il giorno prima era finito con un tramonto sulla pianura desolata che circonda l’ostello Fuente Sidres. Man mano che il sole scendeva verso l’orizzonte, il freddo si appropriava del posto, e quindi, per seguire le raccomandazioni dell’ineffabile Andrés, abbiamo dovuto coprirci con tutto quello che avevamo a portata di mano. Lui aveva insistito molto sul fatto che dovevamo uscire dallo stabile e andare su una sorta di belvedere situato a circa 20 metri, allo scopo di ammirare il tramonto. Mi ha fatto venire in mente quelle persone che cercano di trasmetterti la loro passione per qualsiasi cosa, da un libro a una dieta per perdere peso, ma in un modo così insistente che sembra piuttosto che ti stiano imponendo la loro visione del mondo. Ho rifiutato in un primo momento la proposta, più che altro perché non ho un grande rapporto col freddo, ma alla fine non ho saputo continuare a rifiutarmi davanti alla sua insistenza e, a essere sinceri, un po’ di curiosità era riuscito a trasmettermi. Con quella temperatura e con quel vento, la contemplazione è stata breve ma intensa.

Antigua iglesia de San Nicolás, sede de la Hermandad Italiana / Vecchia chiesa di San Nicola, sede della Confraternita Italiana.

A quell’ora, la proprietaria aveva concluso la giornata lavorativa e Andrés stava dando il tocco finale alla sua pulizia del bar e della sala da pranzo, senza dimenticarsi di avvisarci che, in realtà, noi dovevamo essere già confinati nell’ala est dello stabile, vale a dire, quella dedicata al riposo dei pellegrini (dove c’erano le stanze e le docce), e che soltanto il suo magnanimo spirito ci permetteva di stare ancora a vagabondare liberamente in giro. Chiaramente, lo abbiamo ringraziato per la sua tolleranza e permissività senza precedenti. Prima di andare definitivamente, ci ha ricordato che si era incaricato personalmente di tutto il necessario per far arrivare lo zaino dello scudiero il giorno dopo nell’ostello di Boadilla del Camino, dove lo conoscevano perfettamente e lo consideravano un membro della famiglia. Non dovevamo preoccuparci di nulla.

Da Hontanas a Boadilla ci aspettavano circa 28,5 km, ma, tenendo conto del fatto che non eravamo nemmeno arrivati a Hontanas, ne avevamo davanti a noi più di 30. Quindi ci siamo alzati alle 5:30 e sulle 6:20 ci eravamo già incamminati. Ci siamo fatti strada di nuovo con l’aiuto delle torce e, una volta arrivati sul cammino principale, dovevamo soltanto seguirlo fino ad arrivare in paese, dove avevamo la speranza di poter prendere qualcosa di caldo…, ma niente da fare. Ci siamo scossi di dosso la delusione e siamo andati avanti, cercando di non pensarci troppo. Sul Cammino, come nella vita, è meglio non crogiolarsi nelle sconfitte. Sai che ce ne saranno molte, che verranno fuori dappertutto nei peggiori momenti, ma è meglio fare come Ulisse quando sentì il canto delle sirene: legarsi all’albero della nave per poter proseguire senza perdere la ragione.

Tra cielo e verde, di Andrea Zuppa

Due chilometri dopo Hontanas, il sole è appena uscito. Steven, l’inglese con cui abbiamo condiviso il dormitorio, ci sorpassa come un fulmine, a una velocità che non saremo mai in grado di raggiungere. Ci saluta sorridente senza perdere il ritmo, al quale si riferisce sempre come il suo «ritmo naturale» e che a volte lo spinge a camminare 40 chilometri in una sola giornata! Se non sbaglio, deve essere più grande di noi, o almeno non sembra essere più giovane, ma in ogni caso la sua condizione fisica è apparentemente eccezionale. Ci sto ancora pensando quando di lui si vede soltanto una sagoma diminuta che si allontana definitivamente da noi. Mi sento il coyote davanti a un sorpasso pericoloso di Beep Beep!

Onde di grano, di Andrea Zuppa.

Finché non arriviamo alle rovine del convento de San Antón, non siamo riusciti a prendere niente di caldo, il che succede quasi per caso. Abbiamo già camminato per sette chilometri e ci sorprende in mezzo alla strada la forma perfettamente riconoscibile di una chiesa in rovine di cui rimangono in piedi praticamente soltanto i muri perimetrali. Non è la prima volta che vedo qualcosa di simile, ma una scoperta del genere è sempre interessante. Lo scudiero dice che è una lezione bellissima di architettura. Io, con uno spirito meno tecnico e il cervello situato più vicino al cuore, penso a come sarà stata la vita lì dentro, secoli fa. Mi vengono in mente le immagini di bombardamenti, d’incidenti domestici, di crolli di palazzi abitati, e all’improvviso rimane sposta la vita quotidiana più insignificante, che diventa in un batter d’occhio qualcosa di trascendentale: i piatti della cena sopra il tavolo, le tende mosse esageratamente dal vento che entra adesso nell’abitazione senza alcun ostacolo, i quadri appesi su una parete della quale è rimasta solo metà…

Dentro una piccola stanza vedo tre persone che fanno colazione quasi nascosti dal mondo. Ho l’impressione che non vogliano fare alcun rumore, come se avessero paura di svegliare qualcuno. Proprio in quel posto c’è un ostello molto spartano con dodici posti, e coloro che stanno facendo colazione in quel momento sono gli hospitaleros volontari. Un uomo e due donne. Chiedo se si può fare colazione. L’uomo mi spiega che non è arrivato oggi il panettiere, quindi al massimo ci possono offrire un caffè. Ce lo servo col suo termos e -grande lusso- hanno anche un goccio di latte per macchiarmelo un po’. Lo scudiero lo preferisce liscio, come il colonnello Aureliano Buendía. È buonissimo. Dateci quello che volete -e mettiamo qualche moneta dentro il salvadanaio.

Avvolto nel profumo del caffè (quanto buono era!) mi si scatena la lingua e, siccome ho notato che l’accento degli hospitaleros stona con la queste latitudini, dico:

- Voi non siete di qua, vero?
- Siamo di Siviglia.

E, allora, io racconto loro che sono della Mancia, ma vivo a Padova. E, inevitabilmente, finiamo per parlare di San Antonio e di San Antón, che, come hanno chiarito l’altro giorno a una pellegrina italiana, non sono lo stesso santo. Io confesso che, non essendo molto pratico di agiografie, qualche dubbio mi è venuto, anche perché abbiamo letto sulla guida che, in questo convento, i monaci di San Antón curavano il così detto «fuego de San Antonio» (conosciuto anche come ergotismo), specie di cancrena contagiosa causata da un fungo che altera il seme della segale (si tratta, poi, di un’intossicazione alimentare); e, d’altra parte, in Italia si chiama «fuoco di Sant’Antonio» l’herpes zoster (causato dal virus della varicella). Devo dire che, dopo essere uscito dal convento e dopo aver fatto un po’ di ricerca, sono giunto alla conclusione che, anche se il «fuego de San Antonio» non è la stessa cosa del «fuoco di Sant’Antonio», in entrambi i casi il termine fa riferimento a Sant’Antonio Abate o San Antón (due nomi per la stessa persona), e non a Sant’Antonio di Padova. E che, probabilmente, dato che il primo era un eremita affezionato al tormento della carne e sottomesso alle torture del diavolo, al povero le sarà successo di tutto, per cui, qualsiasi calamità visibile sulla pelle la gente comune faceva ricordare le sofferenze del povero Antonio Abbate. L’incontro con i cordiali hospitaleros è stato alla fine non solo confortante ma anche istruttivo.

Da San Antón fino a Castrojeriz il percorso sembra corto, anche se quest’ultimo è uno di quei paesi che si può vedere chiaramente molto prima di poter metterci piedi, per cui provoca una sensazione molto simile a quella che ha avuto probabilmente il celeberrimo Neil Armstrong prima di lasciare la sua famosa impronta sulla superficie della luna. Ve bene, in realtà è un po’ esagerato, ma non è da sottovalutare quello che ti può venire in mente quando hai percorso nove chilometri a piedi senza fare colazione e i succhi gastrici hanno già iniziato a esigere l’attenzione che meritano. Comunque, facciamo colazione in un locale accanto alla chiesa di Nuestra Señora del Manzano. Poiché anche allo scudiero preme lo stomaco e si vede che, come a me, non gli arriva tutto il sangue dovuto al cervello prima della colazione, preferisce che sia io a ordinare il caffè, le paste e altri lussi mattutini, perché la sua testa non è ancora pronta per tradurre i suoi pensieri, né la sua lingua per affrontare la z, la j e altri ostacoli della fonetica castigliana. Quindi faccio quello che mi si chiede: caffè, napolitana, e…

- Fa anche le spremute di arancia?
- Certo che le faccio, e sono contento che mi faccia quella domanda.
- Veramente?
- Sì, perché è fatta molto bene. Perché, se lei mi avesse chiesto se ho la spremuta di arancia, che è quello che quasi tutti chiedono, io avrei dovuto rispondere no. Quello che ho sono le arance e, se lei vuole, con le arance le posso fare subito una spremuta.

È sempre una fortuna incontrare un filosofo, poiché da loro c’é molto da imparare. In più, questo si vedeva che aveva tanta voglia di chiacchierare. La cosa brutta è che è arrivata una famiglia di turisti e ha dovuto dedicarsi a loro. Non hanno chiesto la spremuta, per cui non so se gli hanno dato così tante soddisfazioni come noi.

Albergue de Boadilla: bueno, bonito y barato / Ostello di Boadilla: buono, bello ed economico

Quando siamo usciti dal locale (si trattava, in realtà del bar di una pensione) riposati e con lo stomaco silenzioso, ci prepariamo per attraversare il paese, che si sviluppa come un rettile lungo le pendici di un monte. Il Cammino lo attraversa da est a ovest, e passa davanti varie chiese interessanti, case nobili con lo stemma di famiglia e alcuni ostelli per i pellegrini. Quando finalmente lo superiamo, una strada retta ci porta verso il Teso de Mostelares, e la nostra guida ci avvisa che per arrivarci, dobbiamo passare in 1,3 km, dai 777 metri di altezza ai 917, con una pendenza media dell’11%. È un pendio considerevole che, in realtà, mi stimola parecchio. In queste occasioni lascio sempre dietro lo scudiero, ma per evitare il pericolo di tirarmela troppo, un camminatore tipo «ragazzone del nord» che si muove alla velocità della luce mi supera di nuovo (non è la prima volta che lo incontriamo oggi). Non ha meno di 70 anni (a occhio e croce), e quando saluta ho l’impressione che abbia l’accento basco. Arriviamo alla fine della salita spietata e ci riceve una specie di tettoia pensata per le emergenze atmosferiche, con un semplice banco di pietra dove sedersi per recuperare il fiato. Intanto aspetto lo scudiero, tiro fuori l’acqua e qualcosina da mangiare per ripristinare il livello di zuccheri. Arriva una famiglia francese e i suoi tre membri ci salutano. Il ragazzone del nord si presenta:

- I come from San Sebastian, from the Basque Country. It is not Spain! -senz'altro, posso essere molto orgoglioso del mio orecchio.

Dopo aver bevuto suficientemente e di esserci riposati il minimo indispensabile, andiamo avanti per la nostra strada senza sapere che ci aspetta una delle panoramiche più impressionanti della Via Compostellana. Lo so che non è molto apprezzata e che, una volta abbandonati i verdi boschi dell’Eden, il camminante medio queste terre larghe e sprovviste di ripari naturali lo spaventano, lo fanno sentire, forse, indifeso. Ed è per quello che lo mettono a disagio, lo spiazzano, lo fanno sentire perso nello spazio immenso. Ma a me affascina vedere che, un po’ più in là, si estende la famosa Tierra de Campos, dicono che granaio della Spagna. L’altopiano mi fa venire in mente le mie radici. I gialli e le ocra della meseta sono come canzonette dell’infanzia che dopo essere state dimenticate, tornano un giorno in mente, grazie a una visione inaspettata come questa. I boschi mi conquistano con i suoi fischi e con le sue ombre materne, ma il mio vero paesaggio interiore assomiglia molto di più a questo qua. La pianura, che niente nasconde. Come uno specchio la cui superficie rivela quello che sei senza imbrogli di nessun tipo.

En Boadilla nos dieron de comer con la cocina a punto de cerrar.

Finiamo di percorrere una prima discesa abbastanza pronunciata, che ci consegna a una piana la cui fine non si riesce a vedere. Continuiamo sorpresi da quanto ci circonda. La sensazione è piuttosto quella di camminare sul palmo di una mano enorme che, più che circondarci, ci sostiene. Siamo completamente soli. Guardando indietro, si indovina la figura di un’altra persona che arriverà dove noi ci troviamo fra un quarto d’ora o venti minuti. Un camminatore ipocondriaco si lascerebbe trascinare dalla paura in un luogo del genere. Cosa succederebbe se, qui, in mezzo al nulla… Ma è sempre più produttivo e sano contemplare il paesaggio, lasciarsi sorprendere da quello che solo si può ammirare in situazioni come questa. Il cammino seduce facilmente chi non oppone resistenza. Il sole ha già cominciato a riscaldare con una certa intensità, ma non ci ha abbandonato neanche quel vento fresco che fa sì che la passeggiata sia ancora gradevole e che non abbiamo bisogno di pensare a nessuna inclemenza climatica.

Dopo qualche minuto, la grande pianura si attenua pian piano con piccoli tratti che non le tolgono neanche un po’ di personalità: la panoramica diventa più stretta, la strada sale e scende, si curva e arriva a una piccola area di sosta vicina alla Fuente del Piojo (Fontana del Pidocchio). Facciamo una pausa seduti su dei banchi di pietra sotto l’ombra degli alberi. Vicino a noi, un furgoncino offre delle bibite in cambio di un’offerta. Riempiamo le borracce di acqua e, senza trattenerci troppo, andiamo avanti. Qualche minuto dopo avvistiamo l’antica parrocchia di San Nicola, oggi sconsacrata e diventata ostello di pellegrini e sede della Confraternita Italiana. La riconosco subito perché inizialmente avevamo pensato di finire qua una tappa. Paola e Claudio, coloro che ci hanno dato in Italia le credenziali prima di partire, ci hanno raccontato che in questo luogo tutti i pellegrini cenano a lume di candela… e quell’immagine ci è rimasta impressa come esempio perfetto del tipo di esperienze che venivamo a cercare. Tuttavia, abbiamo deciso di andare avanti senza fermarci, anche se facciamo una breve sosta per salutare e per chiedere che si mettano il loro timbro sulla credenziale. La chiesa ha una pianta rettangolare di una sola nave in mezzo alla quale c’è un grande tavolo, sempre rettangolare, dove immagino che organizzeranno i pasti.

Siamo quasi arrivati al fiume Pisuerga, che anche se passa per Valladolid, in questo punto segna anche il confine tra le province di Burgos e Palencia. Il Puente Fitero ci serve per attraversare il fiume e vivere pienamente la sensazione che un nuovo capitolo è iniziato. Sul Cammino, come nella vita, i nuovi inizi non sempre coincidono con il calendario. Stiamo finendo la 14ma tappa del nostro percorso, ma abbiamo appena messo piede su una nuova provincia. Sembra che riprendiamo il fiato e guadagniamo forza nelle gambe, perché non c’è niente di più stimolante che sentire che sei più vicino alla meta.

Da Itero a Boadilla, il paesaggio guadagna cromatismo per via della comparsa dei campi di erba medica, che contrastano con il giallo dominante. Ma non tutto sta migliorando. Il vento di prima è diventato una brezza intermitente, e la fine della tappa comincia ad assomigliare una piccola tortura nella quale lo spazio si allunga come lo chewing-gum e il profilo di Boadilla -ancora una volta- si mostra come una terra promessa con la forma di un miraggio. Meno male che una pellegrina di Saragozza ci accompagna durante le ultime centinnaie di metri, gli ultimi chilometri forse, e la sua conversazione fa sì che il tempo (e lo spazio) mi passi più rapidamente. Lo scudiero ritorna all’andatura goffa e dolorosa, poiché alla fine di una tappa lunga le dita diventano nemici, gli alberi non permettono di vedere il bosco e la ragione si annebbia. Tuttavia, tutte quelle crisi hanno qualcosa di positivo: prima o poi finiscono e fanno sì che la fine sia più dolce di quando non hai sofferto.

L’ostello di Boadilla è molto bello. Ha un grande giardino e una piscina, e costa solo 10 euro a notte. Il check-in dei nuovi pellegrini si fa nell’hotel accanto. Il tipo della reception / hospitalero nasconde le sue raste con un cappello di lana e riceve gli ospiti con un sorriso. Ma lo scudiero non reagisce bene alla critica che, dopo aver preso il suo zaino, questo gli dedica, con voglia di scherzare:

- L'italiano si è dimenticato di scrivere la direzione sullo zaino.

Credo che in questo momento allo scudiero vengano in mente Fuente Sidres, l’ineguagliabile Andrés e tutta la sua parentela.

Pensieri del giorno

Non è fatta la meseta per lo sguardo di tutti. 
Non permettere che nessuno faccia per te quello che puoi fare tu stesso.
Il freddo turba,
le cime ti incoraggiano,
ti spegne il sole.
Plaza de Boadilla al atardecer / Piazza di Boadilla al tramonto

3 comentarios sobre “El Camino Inverso / Il Cammino Inverso – Jornada 14ª / Giornata 14ma: Hontanas – Boadilla del Camino

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